jueves, 12 de junio de 2014

El hombre serio

Sobrecargado del peso de su extrema seriedad, iba tragando marrón tras marrón, sin permitirse ni un momento de respiro, ni una sonrisa, ni un aleteo de ligereza. Hasta que un día, al doblarse para recoger una angustia más, se le escapó un sonorosísimo pedo. A su lado unas señoras no pudieron contener la risa. Reían, reían de esa risa insistente, descarada e inevitablemente contagiosa. Él las miraba entre avergonzado y perplejo, mientras más gente se unía alrededor al corro de las risas. Algunos, al cabo de un rato, sin saber ni por que se reían mirando aquel señor inmoble, bloqueado, más rojo que un tomate. Iba perdido, sudado y tembloroso.

Intentando buscar una palabra que justificara lo injustificable. Se le había escapado, esa era la única realidad. No hubo final feliz. Al cabo de unos días en los que no consiguió quitarse de encima las consecuencias de ese horrible desliz, y que las risas eran como cuchillos que retumbando en sus oídos le rompían las carnes, el hombre serio se tiró bajo un tren, en la estación donde todas las mañana esperaba empezar el día, que en aquel terminó para siempre.


FINAL 2

Intentaba buscar una palabra capaz de justificar ese doloroso motivo de vergüenza. Pero por cuanto buscara, el hombre serio sólo encontraba motivos para avergonzarse y hundirse más. Hasta que una niña, de unos 4 o 5 años como máximo le dijo: "Señor, mi papá los hace más fuertes" y su madre, ataviada con un elegante conjunto morado, al ponérsele la cara del mismo color pronunció un estridente "María!! Pero ¿qué dices?
Fueron esas inocentes palabras y la reacción de la madre, delatando sin duda la razón de la niña, que incrinaron y rompieron el penoso caparazón que amortajaba al hombre serio. Y empezó a reir. Rió fuerte, más fuerte que todos los demás, con una risa liberatoria, sana, gustosa, alegre. Un chico se le acercó y dándole en la espalda con un gesto de complicidad le dijo: es usted un cachondo! y una pareja que andaba por allí sin saber qué pasaba, viéndole reír con tanto gusto le sonrió pensando, que precioso ver la gente así de contenta.
La mañana siguiente el hombre serio decidió cogerse un día libre. Era junio, el cielo azul, limpio, la temperatura perfecta empujaba hacia el mar. Se fue a la playa, se sentó en un chiringuito, acariciado por la brisa, mirando a lo lejos el flotar de las vela. Nunca se había sentido tan feliz.