Una mamá me mandó hace unos días un texto, que me gustó mucho. Le he pedido permiso para publicarlo, y aquí lo tienen ustedes, prefiere mantener el anonimato y lo respeto.
Viajó a India y la foto es de allí.
“El pozo de la Felicidad”
A pesar de las dificultades que nos encontramos en el día a día, los humanos somos capaces de
saborear la Felicidad de vez en cuando. Ese poquito que se nos regala, es tan agradable que nos convierte en dependientes y sumisos de la vida, mientras esperamos que se repita esa chispa de alegría nacida entre una maraña de cosas complicadas y que, en ocasiones, nos eleva del suelo por unos instantes.
Es cierto que la familia, el trabajo y el devenir de los acontecimientos cotidianos, en general, son muchas veces fuente de conflicto y sufrimiento pero también son la puerta hacia el jardín de la felicidad.
Al final, hay que dar la razón a los que dicen que es oportuno agradecer por su existencia hasta a las cosas que, aparentemente, nos hacen más daño o nos crean peores problemas. Todo lo que nos pasa en esta vida tiene dos posibles formas de ser enfocado.
Una es el punto por punto, concentrarse en cada detalle, perdiendo la visión de conjunto. Otra es no fijarse en los puntos, para ver el diseño global, perdiendo así lo concreto. Pero hay una tercera forma de enfocar la existencia. Aquella que brota de la capacidad de conciliar las dos visiones. Vivir el detalle, pero sin sufrir por los puntos negros que se difuminan, siempre, en una visión más general.
Me temo que esta tercera vía es propia de los sabios. Y más temo que ninguno de nosotros lo sea, salvo en momentos puntuales, cuando una coincidencia, una lectura o algún detalle especial nos empuja con fuerza hacia una obligada y siempre pasajera sabiduría.
Me gustan estas "caídas" en el pozo de la felicidad. Me encanta cuando somos capaces de aislar nuestro existir y su belleza de todo lo que feo nos rodea. Sencillamente, me hace feliz. A pesar de que cuando eso pasa, como bien he escrito, en realidad estamos en un pozo. Oscuro y lejano a la realidad. Un pozo donde no hay día, ni noche y donde se ven las estrellas, a pesar de estar bajo un sol de justicia.
Una visión quizás surrealista pero certera de esos momentos escasos y valiosos que la vida nos regala y que se hacen llamar Felicidad.
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